"La Salvación viene de los judíos" (Juan 4,22) "Al judío primeramente y también a las naciones..." (Romanos 1,16). "En cada Cristiano hay un Judío" (Papa Francisco) "Jesús es Judío y lo será para siempre" (Juan Pablo II)

jueves, 7 de febrero de 2019

LAS RAICES JUDIAS DEL CRISTIANISMO


INTRODUCCIÓN

La necesidad del diálogo entre el judaísmo y el cristianismo no es una novedad absoluta de los tiempos que corren. A lo largo de la historia de nuestro mundo occidental se ha producido en diversos momentos, casi siempre propiciado por la prudencia y la reflexión a la que se llega tras un período de cruentas guerras, que obliga a los hombres y mujeres de una sociedad a buscar la manera de entenderse de persona a persona.


            No cabe duda de que el tema Las Raíces Judías del Cristianismo según el Documento “Nostra Aetate” del Concilio Vaticano II, ha comenzado a convertirse en irrenunciable ante cualquier reflexión seria sobre nuestro Mundo. Evidentemente, vivimos en un mundo plurirracial, pluricultural, plural en todas sus facetas y, por supuesto, plurireligioso y esto no puede constituir, para la teología, un dato sociológico más al lado de otros, sino que la afecta profundamente. Entre tanto, en la vida cotidiana también se plantean cuestiones e inquietudes; se convoca al diálogo, lo que constituye un desafío, una responsabilidad y una oportunidad de profundización y crecimiento.

            De manera que, a lo largo de esta presentación se quiere mostrar la reflexión acerca de las Raíces Judías del Cristianismo, que no pretende tener en cuenta las diferencias teológicas de las dos confesiones, la judaica y la cristiana, sino que intenta resaltar lo que tiene en común, para así lograr una convivencia en paz. Asimismo, fomentar en la Iglesia de Cristo el amor hacia los Judíos, como auguraba el Papa Pablo VI el día de la promulgación del documento conciliar Nostra Aetate. (Cf. Homilía del 28 de octubre de 1965 de Pablo VI).

            La Declaración del Concilio Vaticano II “Nostra Eetate”, Nº. 4, sobre las relaciones entre la Iglesia Católica y la Religión Judía, sostiene lo siguiente:
            “Este Sagrado Concilio recuerda los vínculos con que el Pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la raza de Abraham.
Pues la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya en los Patriarcas, en Moisés y los Profetas, conforme al misterio salvífico de Di-s. Reconoce que todos los cristianos, hijos de Abraham según la fe, están incluidos en la vocación del mismo Patriarca y que la salvación de la Iglesia está místicamente prefigurada en la salida del pueblo elegido de la tierra de esclavitud. Por lo cual, la Iglesia no puede olvidar que ha recibido la Revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo, con quien Di-s, por su inefable misericordia se dignó establecer la Antigua Alianza, ni puede olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo en que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles. Cree, pues, la Iglesia que Cristo, nuestra paz, reconcilió por la cruz a judíos y gentiles y que de ambos hizo una sola cosa en sí mismo.
La Iglesia tiene siempre ante sus ojos las palabras del Apóstol Pablo sobre sus hermanos de sangre, “a quienes pertenecen la adopción y la gloria, la Alianza, la Ley, el culto y las promesas; y también los Patriarcas, y de quienes procede Cristo según la carne” (Rom., 9,4-5), hijo de la Virgen María. Recuerda también que los Apóstoles, fundamentos y columnas de la Iglesia, nacieron del pueblo judío, así como muchísimos de aquellos primeros discípulos que anunciaron al mundo el Evangelio de Cristo.” (NA 4).
Más adelante agrega el documento: “Además, la Iglesia, que reprueba cualquier persecución contra los hombres, consciente del patrimonio común con los judíos, e impulsada no por razones políticas, sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos.” (NA 4).
            Juan Pablo II de feliz memoria, expresa a la Unión de Federaciones Judías de Estados Unidos, lo siguiente:
“Vuestra presencia pone de relieve los estrechos vínculos de afinidad espiritual que los cristianos comparten con la gran tradición religiosa del judaísmo, que se remonta a Moisés y Abraham.”
Según Mario Saban, durante los siglos I y II después de Cristo, el judaísmo y el cristianismo lograron crear un estado espiritual entre los romanos y se consideraban hermanos. Vivieron en comunión de intereses y de ciertos ritos, hasta su separación final. Tal circunstancia aconteció principalmente, a decir del autor, durante los siglos I y II después de Cristo:

“Nunca en la historia universal, estuvieron los judíos y los cristianos tan cerca como en estos dos siglos: el I y el II. Se consideraban hermanos, y lograron crear un estado espiritual entre los romanos que fue la base para la destrucción de la idolatría pagana. Lamentablemente, la historia posterior dividió a los hijos del mismo “Di-s”. Sin embargo, tanto judíos como cristianos debemos analizar en profundidad la historia de aquellos dos siglos, porque allí nos encontraremos unidos por el mismo objetivo: la lucha contra la idolatría pagana.(1)”
El Documento de la Pontificia Comisión Bíblica  de 2002, “El pueblo judío y sus Escrituras Sagradas en la Biblia cristiana” parte I numeral 2 expresa lo siguiente:
“Sobre todo por su origen histórico, la comunidad de los cristianos está vinculada al pueblo judío. En efecto, aquél en quien ella ha cifrado su fe, Jesús de Nazaret, es hijo de ese pueblo. Lo son igualmente los Doce que él escogió  “para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar” (Mc 3,14). Al principio, la predicación apostólica no se dirigía más que a los judíos y a los prosélitos, paganos asociados a la comunidad judía (cf. Hch 2,11). El cristianismo ha nacido, por tanto, en el seno del judaísmo del siglo I. Se ha ido separando progresivamente de él, pero la Iglesia nunca ha podido olvidar sus raíces judías, claramente atestiguadas en el Nuevo Testamento; reconoce incluso a los judíos una prioridad, pues el evangelio es “fuerza divina para la salvación de todo aquel que cree, del judío primeramente y también del griego” (Rom 1,16).”

De manera que, el tema básico del Nuevo Testamento es singularmente judío: es la esperanza judía hecha realidad. El Nuevo Testamento gira en torno al judío Jesús (Yeshúa), escrito por autores judíos a excepción de Lucas, en un contexto judío.

Sin embargo entre los seguidores de Jesús Cristo, un grupo de judíos denominados nazarenos anunciaban a un Mesías que murió y resucitó (cf. Hch 2,22-36). De aquí el comentario:

 “Pues hemos comprobado que esta peste de hombre provoca altercados entre los judíos de toda la tierra y que es el jefe principal de la secta de los nazoreos” (2)
 

  1. Mario Javier Saban. Las Raíces judías del cristianismo. Ed. Futurum, Buenos Aires 2001. p. 95.
  2. (Hch 24,5; cf. Mt 2,23; Hch 26,9; 2,22; 3,6; 6,14; 22,8)
    Según Mario Saban, Jesús eligió a los doce apóstoles para representar a las doces tribus de Israel.(3) Así, es destacable que este grupo de judíos se distinguía además por un rasgo fundamental que llevaría a su diferenciación. Se trataba del reconocimiento de que el Mesías ya había llegado:
“La primera diferencia entre los judíos nazarenos y el resto de la población judía, era que para ellos el Mesías de Israel había llegado y no había sido reconocido por las autoridades del Judaísmo”(4).
De manera que, esta primera comunidad se estableció en Jerusalén y comenzó a comunicar el carácter mesiánico de Jesús a los judíos en la diáspora acudían en peregrinación a la Ciudad Santa (5). Por tanto, esta comunidad se encontró en dificultades por las variadas interpretaciones de los dogmas del judaísmo. Tenemos como ejemplo el tema de la resurrección de los muertos, objeto de división entre saduceos y fariseos, de los que provenían los nazarenos. Mario Saban señala:
“Como sabemos los judíos fariseos creían en la resurrección de los muertos con la llegada mesiánica. Además sostenían que la función del rabino jefe religioso sinagogal tenía cierta influencia sobre los feligreses. En cambio, los judíos saduceos no creían en la resurrección futura de los muertos, ya que decían que esta idea no provenía del Judaísmo sino de las influencias babilonias que los judíos habían recibido durante el primer exilio, en el siglo sexto antes de nuestra era (...).
En efecto, se puede decir que, según Saban, la filiación del cristianismo primitivo con el judaísmo fariseo es evidente. Aunque éste se consolidaría posteriormente a partir del Talmud, las similitudes eran evidentes y sin duda bien fundadas. Otra cuestión que comenzaba a perfilar el carácter del cristianismo era la disputa sobre si debían permitirse las conversiones de gentiles griegos a la fe judaica, quienes ya se encontraban en gran número en Jerusalén. Situación que contrastaba con los primeros seguidores de Jesús, que eran en su mayoría galileos o de Judea, es decir, sin influencia helenizante alguna.
  1. Mario Javier Saban. Las Raíces judías del cristianismo. Ed. Futurum, Buenos Aires 2001. p. 43.
  2. Ibid. P. 44.
  3. Ibid. P. 45.


 Para administrar la nueva situación, surgieron los siete diáconos, el mismo número de hombres que poseía el Consejo Municipal Judío en cada una de sus ciudades. Estos diáconos asumían las mismas funciones que los antiguos levitas del pueblo judío, ayudando a los doce apóstoles. Este grupo de siete se mostró más audaz en sus prédicas, y chocó con el Sanedrín o Parlamento Judíos, por los conceptos idólatras que arrastraban los helenistas. Así, la versión de Saban de estos primeros acontecimientos es que no se persiguió a los nazarenos originarios, sino a los de origen helenista, por su propagación de ideas paganas. (6).
Fue esta persecución, originada a partir del año 37 d. C., y con el consiguiente martirio de Esteban, la que provocó, aunque no inicialmente, la paulatina expansión del judaísmo nazareno por otros lugares del Mediterráneo. Así, desde las primeras prédicas de los nazarenos de Chipre y la Cirenaica, que llevaban la idea mesiánica de Jesús de Nazaret a los gentiles (7), a las conversiones de Cornelio, centurión romano,(8) y la persecución practicada por Herodes, rey-marioneta de los romanos, y su hijo a los nazarenos, (9) fue abandonándose la idea de que la prédica dependía de los doce apóstoles en última instancia, aunque la realizasen los diáconos.
Así, en el Decreto Apostólico del 50, se decidió la prédica del grupo nazareno como más independiente del judaísmo tradicional.
También es importante señalar que, Saúl de Tarso (San Pablo), judío fariseo, quien se convertiría en ferviente discípulo de las enseñanzas nazarenas (10). Su ansia proselitista le llevó a predicar en las sinagogas de Damasco, entre los judíos de la Ciudad Santa y en las sinagogas de Antioquia.
 

  1. Cf. Mario Javier Saban. Las Raíces judías del cristianismo.
  2. Ibid. P.p 47-48.
  3. (cf. Ibid. P.p. 51-57).
  4. (Cf. Ibid. P.p 61ss)
  5. cf. Ibid. P.p 69-72.


El Documento “Nostra aetate” Nº4 nos recuerda:
La Iglesia tiene siempre ante sus ojos las palabras del apóstol Pablo sobre sus hermanos de sangre, a quienes pertenecen la adopción y la gloria, la alianza, la ley, el culto y las promesas; y también los patriarcas, y de quienes procede Cristo según la carne (Rom 9,4-5), hijo de la Virgen María.”
Es precisamente en este contexto, no sólo de prédicas entre los judíos, sino también de conversión de los gentiles, en los que aparecen divergencias sobre cómo han de ser convertidos estos últimos. El Concilio del año 50 las acentúa, sobre todo en el rito de la circuncisión:
“Entre el 49 y el 50 aparecieron diferentes metodologías de conversión de gentiles al Judaísmo. Para algunos, los gentiles debían abrazar la fe con el cumplimiento ritual de la circuncisión, lo que implicaba la entrada formal al Judaísmo. Para otros, lo podían realizar con el simple bautismo” (11).
    De aquí que, en el Concilio de Jerusalén, en el año 50, se produjo una fuerte polémica en lo referente al rito de la circuncisión:
“Bajaron algunos de Judea que enseñaban a los hermanos: “Si no cincuncidáis conforme a la costumbre mosaica, no podéis salvaros”. Se produjo con esto una agitación y una discusión no pequeña de Pablo y Bernabé contra ellos; y decidieron que Pablo y Bernabé y algunos de ellos subieran a Jerusalén, donde estaban los Apóstoles, y Presbíteros, para tratar esta cuestión” (12).
Así, después de un fuerte debate, se prescribió, por orden de Santiago el Menor, que los gentiles no estaban obligados sino a abstenerse:
“de todo lo contaminado por los ídolos, de la impureza, de los animales estrangulados y de la sangre” (13).
  1. cf. Ibid. P.p 69-75.
  2. Capítulo XV de los Hechos de los Apóstoles.
  3. (cf. Hch 24,5; cf. Mt 2,23; Hch 26,9; 2,22; 3,6; 6,14; 22,8).



Este conflicto acabará siendo fuente de una profunda desunión, pues según algunos judíos de Antioquia expresaban:
“Sin el cumplimiento de la Ley de Moisés no existe salvación” (14)
De manera que, en otros casos se exige el cumplimiento de las leyes Noajidas (instauradas por Noé), que permiten a varones gentiles y virtuosos salvarse (15). De esta manera, según objeta Saban:
“Vemos que la oposición judía que tiene Saúl de Tarso (San Pablo) no está radicada en una desviación del Judaísmo, sino en que sus esfuerzos van encaminados a la noejización de los gentiles y no a su conversión en forma directa al Judaísmo” (16).
Sobre este caso, Saban nos ofrece el ejemplo de Timoteo, que era hijo de padre gentil y madre judía (judío de estirpe según la legislación hebrea), pero no circuncidado bajo la Torá. De este modo, se puede afirmar sin problemas que los judíos nazarenos tan sólo se diferenciaban del resto de grupos en afirmar la calidad de Mesías atribuida a Jesús de Nazaret, proselitismo que muchos judíos de la Diáspora, como Timoteo, abrazaban (17).
Tras la rebelión de los judíos contra Roma, acontecida entre los años 66 y 73, la distancia entre el cristianismo y el judaísmo. Así, las tendencias ebonitas o judeocristianas, que sucederán durante los siglos I y II, que pretendían recordar en las mismas fechas la Pascua y la esclavitud y posterior liberación de los israelitas de Egipto, volverán a suponer un nuevo conflicto:
“Sin embargo esta idea no prosperó. No se pudo lograr una conmemoración con un doble sentido. El Cristianismo basó su religión en el sentido cristológico y el Judaísmo basó la suya en el sentido nacional (18).
 

  1. Mario Javier Saban. Las Raíces judías del cristianismo. Ed. Futurum, Buenos Aires 2001. p. 95.
  2. Ibid. P 101.
  3. Ibid. P. 102.
  4. Ibid. P. 103.
  5. cf. Ibid. P. 103ss.


Así, Saban señala en negritas y resalta en forma de cuadro la siguiente idea que caracterizará al Cristianismo:
“Unidad en el Canon, aceptación de grupos intermedios, y Cristología, llevaron al Judaísmo nazareno a evolucionar hacia el Cristianismo y crear así finalmente una religión independiente” (19).
Será no obstante en el período 100-140 cuando el judaísmo nazareno se transformará en un corto lapso de tiempo en una religión distinta de su raíz hebrea (20). Sin embargo, en este período los judíos de la diáspora se sublevan contra Roma, que, a juicio de Saban, provoca el temor de los romanos a ser reconquistados por los judíos, una buena muestra de que cristianos y judíos mantenían estrechos vínculos (21).
No obstante, hasta entonces los judíos nazarenos, a pesar de ser en gran número gentiles, estaban siempre dirigidos por judíos de linaje. No será sino bajo el último período imperial de Adriano (138-140), cuando el primer gentil, Marcos, asuma la dirección del grupo judeo cristiano de Jerusalén:
“Por lo tanto, podemos afirmar que todos los Obispos de Jerusalén desde la muerte de Jesús en el 33 hasta el 138-140 provenían del pueblo judío. Y que la división entre el Judaísmo oficial y el judeocristianismo se realiza en forma clara entre el 140 y el 199 (negritas del autor).(22).
    Dentro de este período destaca la famosa Querella Pascual, discutida entre las comunidades cristianas de Oriente y la comunidad cristiana de Roma, debido a que los cristianos del Asia Menor y del Oriente celebraban la Pascua el 14 de Nisan del calendario hebreo, mientras que los cristianos romanos lo hacían en Domingo. Querella que se produjo con mayor fuerza durante el primado del Papa San Aniceto I, (155-166). Tras múltiples querellas, a la muerte del Papa San Clemente I, 90-99, los pontífices romanos comenzaron a celebrar la Pascua en Domingo, olvidando la fecha del 14 de Nisan (23).
  1. Ibid. P. 105.
  2. cf. Ibid. 123-126
  3. Mario Javier Saban. Las Raíces judías del cristianismo. Ed. Futurum, Buenos Aires 2001. p. 170.
  4. Ibid. P. 171.
  5. cf. Ibid. 183.
Este autor Mario Saban, al final de su libro produce en el un interrogante, tras hallar múltiples semejanzas entre ambos credos, si no buscan en realidad lo mismo:

“¿No será que ambos de dos modos diferentes estamos esperando lo mismo?” (24).

De manera que, sin duda que la experiencia judaica es una base del cristianismo, pues en el seno de las comunidades judías pudo dar éste sus primeros pasos.
Recordemos lo que dijo el Papa Benedicto XVI en Polonia:

Si los católicos de origen gentil nos valemos de la experiencia y el carisma de nuestros hermanos bautizados de tradición hebrea, entenderemos muchas cosas que vivimos en la Iglesia, lograremos fortalecer nuestra identidad cristiana, nuestro amor por la Iglesia y nuestro sentido de pertenencia a ella.” (25).

            Recordemos que el cristianismo se aprovechó de las estructuras imperiales romanas, de manera que, alcanzó su carácter de religión en busca de realizar proselitismo y prédicas a toda la Humanidad, de hecho, la figura del Papa, a raíz de la caída del Imperio Romano, ocupa el papel de autoridad religiosa que poseían los césares, la Pontifex Maximus. El hecho de que el cristianismo sea de origen judío, como nos lo recuerda el Concilio Vaticano II en la Declaración “Nostra aetate” numeral 4, y nos lo han reiterado el papado como Pío XI, Juan XXIII, Juan Pablo II y Benedicto XVI. No implica que los creyentes en ambas religiones busquen lo mismo. (26).

Se podría concluir que ambas religiones, judaísmo y cristianismo, son del mismo linaje, pero no por ser hijas del mismo padre, sino como los Heraclidas, por provenir del mismo tronco (cf. Rom 11).  El Papa Benedicto XVI dice:

“Hermanos del pueblo hebreo, al que estamos estrechamente unidos por un gran patrimonio espiritual común, que hunde sus raíces en las irrevocables promesas de Dios” (27).

  1. Mario Javier Saban. Las Raíces judías del cristianismo. Ed. Futurum, Buenos Aires 2001. p. 313.
  2. Discurso del Papa Benedicto XVI en la Sinagoga de Colonia – Alemania. Agosto de 2005.
  3. cf. Documento del Concilio Vaticano II “Nostra aetate” Nº 4.
  4. Papa Benedicto XVI. 24.04.2005

También  el Santo Padre Juan Pablo II de feliz memoria expresó:

“Vuestra presencia pone de relieve los estrechos vínculos de afinidad espiritual que los cristianos comparten con la tradición religiosa del judaísmo, que se remonta a Moisés y Abraham”. (28)

            Por eso la presencia del judaísmo en el tiempo presente, la relación histórica con él, puede ayudar a los cristianos a ser lo que verdaderamente están llamados a ser, y quizás, la presencia de los cristianos pueda ayudar también a los judíos a ser fieles a su propia vocación. Así que mantengamos viva la conciencia de nuestras raíces judías y así vivir en plenitud ese gran mandamiento que nos dejó nuestro Maestro, que nos amemos unos a otros como el nos ha amado (cf. Jn 15,12).

            En fin, se está mostrando que el cristianismo hunde sus raíces en el judaísmo. Y el Papa Benedicto XVI en el Documento de la Pontificia Comisión Bíblica “El pueblo judío y sus Escrituras Sagradas en la Biblia cristiana”, en su numeral 84, lo expresa de una manera diferente que nos hace reflexionar: “Sin el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento sería un libro indescifrable, una planta privada de sus raíces y destinada a secarse”.

28.                Palabras del Santo Padre Juan Pablo II a la unión de federaciones judías de Estados Unidos. Jueves 3 de septiembre de 1998)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

YESHUA HAMASHIAJ