La oración en el huerto.
Uno de los episodios de la vida de Jesús más incómodos para la Cristiandad de todos los tiempos ha sido la oración en el huerto de Getsemaní. Choca de lleno con el aire triunfalista con el que concebimos a Cristo, capaz de grandes portentos y de dejar a sus contrincantes callados y frustrados.
¿Por qué es incómodo? Porque muestra un Jesús débil, y aterrorizado, rogándole al Padre poder evitar su dolorosa pasión. Es un Jesús totalmente opuesto al del monte Tabor, que en vez de manifestar su gloria, deja ver su frágil humanidad.
Es especialmente incómodo Lc 22,44, al punto que no figura en ciertos manuscritos y es omitido en varias traducciones bíblicas, pues muestra tanto el decaimiento de Jesús, que tiene que bajar un ángel a confortarlo, y eso no se ve bien en la predicación de un Jesús triunfante. Mucho más incómoda es la expresión que usa Lucas: αγωνία, que significa "lucha", "combate", y que deliberadamente, las versiones bíblicas que incluyen el versículo cambian su significado. Jesús estaba luchando. ¿Contra quién? Contra él mismo, contra su humano instinto de supervivencia, contra su humano deseo de vivir, contra su humano terror a la muerte... Dice a sus discípulos que la carne es débil a pesar de que el espíritu está dispuesto porque él mismo siente esa disposición para cumplir la voluntad del Padre, pero también siente esa debilidad que lo paraliza y lo hace querer huir de su destino...
Jesús ruega a su Padre gritándole, llorando con fuerza. Lo que le espera es la forma de muerte más atroz y dolorosa creada por el hombre, diseñada para hacer sufrir al máximo con una larga agonía: la cruz.
Este es el Jesús que menos buscamos y el que más evadimos. Queremos ver, nos gusta ver al Jesús sabio, al hacedor de milagros, al resucitado y glorioso, pero no nos atrae, no nos gusta el Jesús derrotado, deprimido, angustiado, abandonado y asustado. Nos encanta el Jesús divino, pero rechazamos al Jesús humano, que, irónicamente, es el más cercano y parecido a nosotros...
Un Jesús abandonado, pero cuyos gritos lastimeros escuchó Dios, y no lo libró DE sus sufrimientos, sino lo libró EN sus sufrimientos. Le dio fuerza y valor para aceptarlos y sobrellevarlos. Este Jesús, tan incómodo, es el que deberíamos hacer parte de nuestra vida y sus vicisitudes, para afrontarlas y enfrentarlas; para ser capaces de luchar contra nosotros mismos y cumplir con lo que el Padre quiere de nosotros.
- Abbir ben Ismael.
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